He de estar loca queriendo regresar
a mi pasado, a las locuras sin pena, a esas noches de luna llena desnudos en la
playa y sin morbo en la piel; cuando soñábamos todos con príncipes azules,
cuando el amor no está ni cerca de ser una firma fría en los papeles del
estado.
Estoy como el gorrión que cuando
encuentra la puerta de su cárcel de oro abre las alas a la libertad y al día
siguiente se da cuenta que el alpiste que le daban debe de buscarse por su
propio pico y regresa a su jaula o muere en el intento de volver.
No sé qué me pasa que mis niños
me devuelven la vida pero ya no son niños son hombres, son seres vividos y
llenos de cicatrices, igual que yo, no sé qué pasará cuando nos veamos de nuevo
los tres y pensemos en que hace tres años que nos vimos por última vez teníamos
sueños y esperanzas y juegos y sonrisas por regalar. Ahora las ojeras se notan
más y por ello las hemos de maquillar con más detalle, de eso que amábamos en
esos días no queda nada y de esas remembranzas solo tenemos el recuerdo.
¿Conformistas o soñadores que
hemos puesto los pies en la tierra? Pensando conscientemente no me enamore del
prototipo de hombre del que vivía eternamente enamorada. Mis amantes del pasado
ya están viejos o casados o muertos. Mis amores están, creo, peor de lo que mis
amantes lo están. Tengo miedo del encuentro con mis niños-hombres ¿seremos
acaso una burla infame o una sombra de lo que fuimos? ¿Renaceremos juntos de
entre las cenizas, después de llorar por nuestra suerte mundana y del
conformismo con lo que ahora llamamos nuestra vida?
Mi miedo tiene que ver porque
todo lo bueno que tenía poco a poco se pudre y se hace perene en esta tierra
que día a día no perdona y te cobra cada segundo regalado. Jamás pensé en verme
de blanco en una iglesia, adoraba la idea de vivir sola y vieja en una cabiña
lejos del bullicio y la ciudad, rodeada de fotos y recuerdos y esperando el
momento en que todos los que amé vengan por mí para llevarme a la luz. Jamás pensé
que de la juventud a la muerte los años pasaron necios y aburridos.
Ahora mis tristezas
incontrolables y mis risas sin razón aparente son tema de análisis y suplicas
para ir a ver a un psicólogo, que sin dudarlo festejara mis caos y tomará cafés
a mi salud. Creo que me toca ser esta
que tengo, y no aquella que no seré nunca más, solo siento que las riquezas
emocionales de vivir en ciudad viene con un anexo de falsedad e hipocresía con
el que no esperaba encontrar y que no se qué hacer con él.