A mi lector

La vida cotidiana esta llena de personas con dobles identidades, y un día de desahogo sentimental decidí crear este blog con el fin de darle voz a mi cerebro, donde mis mas bajas pasiones, mis intentos de asecinato social y mi manera de pensar bajo los efectos de ocio; forman reconditas ideas. Te invito a sentir lo que yo, a odiar conmigo y a... ¡Bueno a la Chingada! solo lee si quieres ok?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sangre para la vampireza


Rituales clandestinos de la noche en la habitación, roses seductores y salvajes y de pronto el rapto del ser que produce eyaculaciones y gritos por doquier. Quiero parar, detenerme, detenerlos pero no puedo, el placer no me deja. La sangre comienza a salir por entre las venas, las mordidas han alcanzado su mayor muestra y relamo las heridas con gusto culposo. Como me gusta la sangre y las copas están llenas hasta el tope, es como una adicción como algo que no se puede evitar. Mitad vampiros de la noche y los rituales son cada vez más peligrosos y vivaces. No he salido de la habitación desde hace tres días y los ojos no pueden ver la luz en directo a las tres de la tarde, el feroz sol me molesta. Esperare la noche para salir o esperarte en la cama con el cuchillo listo y las ganas de domarte o dejarme domar. Las vampiresas llegamos a un punto sin retorno. Ante del ojos del mundo no se imaginan la saga de maldad que hay en nuestra habitación. ¡Salud!

sábado, 22 de septiembre de 2012

Madurar


Madurar, madurar es una mierda de medida postulada por algún pendejo que nunca fue ni más maduro ni más humano que un ente errante. Madurar ¿qué es?, ¿qué se hace con ella?, ¿Madurar? ¡a la mierda! Sociedad capitalista y retrograda, llena de mentiras que se tragan todas y todos gustosos. Idealizaciones del ser donde todos somos más o menos ideales al concepto del buen ser humano.

Madurar es algo que se hace o no se hace, como coger o masturbarse, madurar es chingar al prójimo con la pendejada de que la felicidad se mide por logros o por monedas (preferentemente extranjeras). Madurar es dejar de ser niña y divertirme, es medirme entre horarios y posturas, es irle al norte o al sur. Es casarse, tener hijos y joderme. Es vivir en cuatro cuartos de mundo y pensar en los demás, la puta humildad que no tengo.

Ahora me emberrincho y sé que eso es inmaduro ¿pero porque chingados no soy parte de un molde social?, ¿Por qué no soy un útero o alguna incubadora sin cerebro? ¡No! Madurar para mi (pese a quien le pese) es quejarme a grito y llanto suelto de no querer entrar a este concepto, de no querer jugar en este juego de roles y de espacios.

Madurar es poner las cartas en la mesa y decir ¿Qué chingados quieres en mi mundo?, es morir en el orgasmo, aunque mi vecina sea una monja, madurar es saber a ciencia cierta que amo y que quiero y sobretodo que es eso que nunca voy a querer ser. Madurar es disfrutar de pláticas de series sin sentido y del último texto de investigación de Algarra. Madurar es jugar Naked poker y perder a ciencia cierta y con la mano en el sexo. Lo demás es una mierda y fin. 

Y de los replanteos Oliverio Girondo


Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimiento sin o con sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y revueltas y las marañas y recámaras y
remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho a lo repoco y
lo remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos y refrotes 
de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara van en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del malogo y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano bípedo hidéfalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y libido y oficio
recansadísimo
de tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los instintos perversitos
y de las ideitas reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo 
o sensitivo tibio
o remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento 
al engusanamiento
y al silencio.

No se me importa un pito (Espantapajaros 12) Oliverio Girondo


No se me importa un pito que las mujeres 
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; 
un cutis de durazno o de papel de lija. 
Le doy una importancia igual a cero, 
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco 
o con un aliento insecticida. 
Soy perfectamente capaz de sorportarles 
una nariz que sacaría el primer premio 
en una exposición de zanahorias; 
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, 
bajo ningún pretexto, que no sepan volar. 
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! 
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, 
tan locamente, de María Luisa. 
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? 
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo 
y sus miradas de pronóstico reservado? 
¡María Luisa era una verdadera pluma! 
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, 
volaba del comedor a la despensa. 
Volando me preparaba el baño, la camisa. 
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... 
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, 
de algún paseo por los alrededores! 
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. 
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, 
ya me abrazaba con sus piernas de pluma, 
para llevarme, volando, a cualquier parte. 
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia 
que nos aproximaba al paraíso; 
durante horas enteras nos anidábamos en una nube, 
como dos ángeles, y de repente, 
en tirabuzón, en hoja muerta, 
el aterrizaje forzoso de un espasmo. 
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., 
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! 
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... 
la de pasarse las noches de un solo vuelo! 
Después de conocer una mujer etérea, 
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? 
¿Verdad que no hay diferencia sustancial 
entre vivir con una vaca o con una mujer 
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? 
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender 
la seducción de una mujer pedestre, 
y por más empeño que ponga en concebirlo, 
no me es posible ni tan siquiera imaginar 
que pueda hacerse el amor más que volando.

No te salves de Mario Benedetti


No te quedes inmóvil 
al borde del camino 
no congeles el júbilo 
no quieras con desgana 
no te salves ahora 
ni nunca 
no te salves 
no te llenes de calma 
no reserves del mundo 
sólo un rincón tranquilo 
no dejes caer los párpados 
pesados como juicios 
no te quedes sin labios 
no te duermas sin sueño 
no te pienses sin sangre 
no te juzgues sin tiempo 

pero si 
pese a todo 
no puedes evitarlo 
y congelas el júbilo 
y quieres con desgana 
y te salvas ahora 
y te llenas de calma 
y reservas del mundo 
sólo un rincón tranquilo 
y dejas caer los párpados 
pesados como juicios 
y te secas sin labios 
y te duermes sin sueño 
y te piensas sin sangre 
y te juzgas sin tiempo 
y te quedas inmóvil 
al borde del camino 
y te salvas 
entonces 
no te quedes conmigo.

El lado oscuro


El olor a sangre coagulada empieza a dilatar el paladar, creo que comenzare nuevamente con ese breviario oscuro que ataca mi cerebro algunas veces, el gusto por la muerte me ensordece y me llama lentamente, me invita a hundirme entre las fauces de la madrugada negra y escalofriante. He deseado tanto quedarme en el lado oscuro que puedo oír perfectamente a las brujas llamándome, los vampiros me accedían y las ganas de no volver a sonreír me comprimen las ganas. Quiero moverme de nuevo al lado oscuro.

martes, 18 de septiembre de 2012

Empastillamiento


Pastillitas de colores para la alegría, pastillas negras para metalera, azul para rockear, rosas para cosas girlys y vendes para lo que sea que haya en el antro de moda. Pastillitas que me haces feliz junto con el cigarro y el whisky y el vino tinto. Botas o tacones de punta para elegir el atuendo, villana o diva del rock. El cabello corto para la rebeldía y largo para la santidad. Los calzones de abuelita para rezar y las tangas para ser la maja prostituta. Pastillitas para no tener hijos que seguro odiare por ser innecesarios en mi mundo, pastillas para no dormirse, para dormir y para reír. Pastillas para la depresión. Mi mundo completamente empastillado. 

lunes, 17 de septiembre de 2012

Los bohemios


Es la noche del viernes en el café de siempre, con los mismos amigos bohemios como yo. Silvio Rodriguez en la voz de Mauricio, el abogado. La guitarra en las manos de Lalo, el arquitecto y las líneas de poesía en manos de Juan, el ingeniero. Yo la única comunicóloga del lugar y la más pequeñita del clan de Los del Café Tarumba. Ojal ese momento nunca pasará, solo tenía 20 años y aun lo recuerdo como si fuera ayer.

Escrito que me hizo llorar

Este texto no es mio pero ¡Dios como lo amé!, refleja perfectamente el alma de las mujeres que, como yo, amamos leer.

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una d
iscoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba...

Así soy yo


Lo confieso si soy una hija de puta, la persona más despiadada del mundo, puedo moverme de cordero a loba en dos miradas y puedo devorar corazones mientras paso por los cuerpos moribundos bajo mis pies; pienso solo en mi y hace años que el amor es solo un concepto que pasa sobre mi mesa por las bases de la estabilidad emocional. ¡Está bien! Realmente nunca he estado al cien por ciento enamorada pero eso no me hace una maldita, pero también es verdad que nunca es mi intención simplemente me doy cuenta que ese no es el camino que debo tomar y punto.

Lo confieso me gusta el café porque es oscuro como el color de piel de los hombres que me gustan, los hombres de raza negra; me gusta porque es caliente como las playas; por misterioso como los pensamientos de la gente; porque es amargo como la vida y porque lo amo como amo la libertad. Por eso no puedo tomar café todo el día porque no puedo ser libre del todo.

Confieso que amo la vida como me ha llegado y así putrefacta o deliciosa la abrazo contra mí y no la dejo ir, porque así soy yo y así amo vivir.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Paraplejias internas


Maldita paraplejia del ser, pues no caminas ni te mueves a voluntad; tus ojos y tus sueños direccionados por lo que la vil sociedad quiere y la realidad no es más aquella idea de lo que amaste. Lo único que realmente es realidad son los orgasmos y las manchas de guerras entre sabanas. No hay nada más real que el sexo, los gritos y las eyaculaciones.

Sabes; aunque no quieras saberlo; que tienes ganas, que quieres coger o que no quieres y punto. Esta parte antropológica que nos sigue motivando a volver a nuestros orígenes debería ser la que nos mueva en cada una de nuestras acciones en la vida. Decir con un grito si queremos ese trabajo o esa casa, porque de lo contrario que jodida la vida de aquellos que calendarizan el sexo y las ganas a los espacios que ajustan entre el desayuno y la cena.

Maldita sociedad que nos envuelve en costumbres ortodoxas y poco viscerales, con el paso del tiempo me pierdo en el recuerdo de lo que alguna vez fue y de lo que soy ahora, envilezco con el cigarro en la mano cuando mi vida, aun en contra de mi voluntad, se vuelve socialmente aceptable.Espero no despertar una mañana y decir “el coito es indecente, jamás lo volveré a efectuar” ese día alguien por favor ¡máteme!