Dejar atrás, dejarlos atrás, dejarte atrás; fingir que no
paso, que estos meses son en principio de todo un sueño o pesadilla del cual
estoy a punto de despertar, y soy consciente de ello. Despertar de los abrazos
y las amistades de rincón, de las risas y las comidas, de los desvelos y las
charlas, de las complicidades de un momento, que hoy están en el pasado.
Siento, me siento y lo siento todo como ese instante que
quieres detener y sujetar para que nunca se vaya. Como cuando terminaba con
alguien y me marchaba gritándole por dentro “¡regresa!, ¡sujétate a mí!, ¡quédate
conmigo!” me siento de nueva cuenta vacía y me devoro la vida de un bocado,
queriendo regurgitarlo todo en pequeñas dosis.
De nuevo depresiva quiero dormirme para encontrar en mis
sueños eso que siento perdido, eso que está por terminar y que no volverá a
repetirse jamás. ¡Ah la gente tan loca
como yo con la cual no podre compartir nunca un manicomio! Soy caníbal de los
recuerdos, de los lentes, de las canas, de los lados femeninos y masculinos, de
los bailes, de los alcoholes tomados y las malas canciones, pedacito de toso y
cada uno de ellos, los recuerdos, porque al final que importa si existieron o
no, son ahora recuerdos.
Tristeza convertida en necesidad. De nueva cuenta quiero
vomitar, he comido y llegado al mismo punto depresivo y obsesivo de olvidarme
de todo. De volver a mi mundo perfecto, a los lugares pertinentes y a las
buenas costumbres. Hoy sé a dónde me dirijo y que no será nunca aquí. Hoy
quiero llorar al cortar el cordón del recuerdo, llorarlo como Oliverio Girondo
quiere que se llore y llorarlo solo una vez y nada más.
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