La falta holgada bailaba en la parte del patio donde no
estaba la escultura de la mujer desnuda; los amigos cantábamos a coro “Y nos
dieron las diez” de Joaquín Sabina; las cervezas y el vino tinto se tomaban maratónicamente
y las risas abundaban en la casa vieja de Obregón. Cuantas veces no llego algún
desconocido que absorto por la verbena que ahí se suscitaba terminaban seducido
del ambiente bohemio. Yo reinaba sentada sobre la mesa, a lado de la estatuilla
y en pocas ocasiones propiamente sentada en la silla.
Divertido e infantil ante los ojos de mis bohemios camaradas
era la facilidad con la cual yo podía seducir desde hombres a mujeres
virginales, quienes pobres caían como fieras al placer de los ojos verdes que
las miraban. Los bohemios con los que tantas veces baile algún tango, con los
que tantas veces medite a profundidad los textos de Márquez, de Benedetti, de
Serna, entre otros, los mismos con los que compartí a detalle lujurioso y a
boca suelta los momentos más íntimos del sexo ocasional y los desaires más fríos
y desalmados que realice; esos grandes amigos que me dejaron quebrar botellas,
platos, mesas, cosas… para que no se me siguiera rompiendo el corazón y que a
grandes bocanadas de vino me sedaron y cuidaron después de un termino amoroso.
Mis amigos tarumbas, hombres todos que en alguna ocasión mostraron
a mis ojos que lo más importante de vivir es ser siempre el mejor para si
mismo, sellamos amistad con besos, sangre, sudor, canciones, perdidas y rencuentros;
una segunda vida nos depara juntos, llenos de tolvaneras como la primera parte
pero juntos como siempre estaremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario