A mi lector

La vida cotidiana esta llena de personas con dobles identidades, y un día de desahogo sentimental decidí crear este blog con el fin de darle voz a mi cerebro, donde mis mas bajas pasiones, mis intentos de asecinato social y mi manera de pensar bajo los efectos de ocio; forman reconditas ideas. Te invito a sentir lo que yo, a odiar conmigo y a... ¡Bueno a la Chingada! solo lee si quieres ok?

martes, 20 de octubre de 2009

Colima

Hoy mi cuarto es idéntico al de Colima, me gustaba estar en él, era feliz escuchando a mi amigo Harold Richardson por la radio a estar horas y brincar de estación en estación escuchándolos a todos; ellos que fueron mis amigos en reuniones, por el estéreo y el teléfono. Cuantas veces no escuche la canción que tengo de fondo mientras Rasta Figueroa me la dedicaba. Extraño estar en Colima, que es mío solo y de nadie más.


Mío porque nadie lo descubrió como yo; sentada muchas veces en la banca del parque central leyendo a García Márquez y escuchando a Filio en un día de lluvia de verano o viendo el amanecer del brazo de mi gran amor platónico Juanjo, mi español favorito; nadie despertaba en vacaciones para tener picnics fugaces en las apartadas orillas del centro, desayunando en la ex hacienda de nogueras antes de repasar una y otra vez las pinturas de Rangel Hidalgo, perdiéndose al correr tras los perros xoloitzcuintle que van a comer de su madre; nadie jamás hizo el amor en el hotel más hermoso que está de paso antes de pasar a Cuauhtémoc o dentro de una cabina de radio; jamás nadie tomo una buena copa de vino tinto previo a una arrachera en el Antiguo Comala y bebió un italiano después de una presentación de la rondalla Amor Mío de Colima, jamás nadie salió de mochilaso a pueblitos y de regalo encontró a su mejor amigo que gozaba del amor o encontró una laguna como apartada del mundo, solo para sí y para las 6 familias que vivían en ese lugar, El Remate.


Nadie jamás hizo todo esto con el amor con que yo lo hice y aun hoy se me aviva la carne al recordarlo y quisiera volver a tener las ganas de salir en moto y de comprar rebanadas de pastel de media noche, mientras fumábamos porrros viendo las estrellas; y bailábamos valses en el kiosco frente a la catedral, una buena taza de atole en las afueras de catedral en diciembre era la gloria de mis noches. Me gustaba vivírmela con ese niño lindo que vendía recuerditos de los perros bailarines en el callejón del centro y que en agradecimiento alguna vez beso mi boca; extraño el lugar del que me enamore con los ojos cerrados porque nadie ni nada podrá compararse con mi vida bohemia en la ciudad de los perros bailarines y de hombres que te enamoran por la gracia de pasarla platicando con el amor a flor de piel. Extraño mi Colima.

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