A mi lector

La vida cotidiana esta llena de personas con dobles identidades, y un día de desahogo sentimental decidí crear este blog con el fin de darle voz a mi cerebro, donde mis mas bajas pasiones, mis intentos de asecinato social y mi manera de pensar bajo los efectos de ocio; forman reconditas ideas. Te invito a sentir lo que yo, a odiar conmigo y a... ¡Bueno a la Chingada! solo lee si quieres ok?

martes, 29 de diciembre de 2009

Los cafés y las nuevas amistades

Colima es uno de los lugares mágicos de todo el occidente. Tlatelolco estaba en mi mente, después de caminatas interminables repletas de sonrisas por el centro, me fascinan los breves cortejos por los que paso en el centro, sonrisas de caballeros y el ambiente romántico que emana la belleza de los edificios clásicos.

Tlatelolco seguía en mi mente y mi nueva adquisición literaria se mantenía en el fondo de mi morralito junto con mi botellita de agua. Tenía la inmensa necesidad de sentarme a devorármelo en una de las bancas del centro pero los cortejos al mantenerme estática en un sitio pueden provocar la valentía de algún caballero, que pudiese distraerme de mi deseo literario.

Busque rápidamente el cafecito aquel donde tantas veces soñé encontrarme con mi trovador de fantasía, que era mitad español y mitad un sueño y que como tal jamás apareció en mi vida; el local estaba cerrado. El local solo abre por las noches y por ser de día, la maravillosa luz del sol colimense solo podría mostrarme esas puertas de madera cerradas.

Las personas que caminan por el centro de Colima, eran tantas como mis ideas; por un breve momento desprecie la falta de gran capital monetario para viajar directo al centro de Cómala y ahí abrirle los brazos a la lectura; busque y encontré veinte pesos en la cartera y mi tarjeta de debito, por ello entre directo a la plaza Los Arcos; sin pensar mucho en que este año la plaza había pasado a ser parte de la tienda comercial La Marina. ¡Mierda!- pensé. Me daba por vencida.

Un olor a café me llego interrumpiendo el frio del local, y vi de lado izquierdo un pequeño puesto de cafés y casi por inercia llegue a ese lugar, como de costumbre recibí los apreciados elogios de un par de señores de la edad de mi abuelo y que daban la apariencia de haber ganado diez veces más que mi viejo. Tlatelolco dejo de estar en mi mente y se encarno en mis manos. Mi boca pidió un capuchino y yo adopte la posición de alguien a quien no le importa lo que sale de su boca.

Devoré las primeras páginas de mi adquisición y después pude respirar tranquila y sorber tragos de mi café, note que era la única que seguía en el café además de la joven que atendía, quien a su vez leía tan extasiada como yo. Deje mi libro, ella dejo el suyo y platicamos lo que abarcaban tres capuchinos más. Dieron las cuatro de la tarde y deje ese ambiente artificial con la energía del café y con la sonrisa en los labios. Platicas así valen más que el precio de cuatro capuchinos.

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